Qué es el Adviento
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El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene
a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos»” (Papa Francisco, Ángelus 3-XII-2017). El Señor vino (Encarnación y Nacimiento), viene (cada día a nuestro encuentro) y vendrá (al final de los tiempos). En el Tiempo de Adviento vivimos y celebramos las tres cosas. Vino, viene y vendrá.
Con el Adviento comienza un nuevo "año litúrgico", durante el cual la Iglesia vuelve a recorrer los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación. Este tiempo litúrgico comienza cuatro domingos antes de la fiesta de Navidad y termina la tarde-noche del 24 de diciembre, y está dividido en dos partes. La primera es desde el primer domingo del Adviento hasta el 15 de diciembre: las lecturas, oraciones y textos litúrgicos nos hablan de la espera del regreso del Señor. La segunda va del 17 al 24 de diciembre: las lecturas, textos y oraciones están orientadas a preparar la celebración de la Navidad, así que nos hablan de la preparación y nacimiento de Jesús.
El Adviento es un tiempo de preparación, no de celebración: aún no es Navidad, dedicamos estos días a prepararnos a celebrar que Cristo vino, viene y vendrá. La preparación que se nos propone en Adviento es un itinerario de conversión personal de la mano de la figura de Juan Bautista, el Precursor.
Un tiempo muy mariano
Durante el año, la Liturgia nos recuerda la intercesión de Santa María en favor de todos los fieles, y el tiempo de Adviento no es una excepción. Contemplar la figura de la Virgen Santísima preparándose al parto, hace del Adviento una verdadera preparación para recibir al Niño Jesús.
La Santísima Virgen es imagen de lo que estamos llamados a ser: “santos e inmaculados” (Ef 1, 4). Al ser concebida sin pecado original, María refleja la belleza de una vida en Gracia, de unión perfecta con Dios, libre de pecado. Esa belleza es un atractivo que nos mueve a llevar una vida limpia, desprendida del pecado y abierta a la gracia. Como expresó el Papa Francisco, “lo que para María fue al inicio, para nosotros será al final” (Papa Francisco, Ángelus 8-XII-2020). De este modo la Virgen asiste a sus hijos en la Iglesia a recorrer su camino de conversión al que invita el Adviento.
Por otra parte, Nuestra Señora es también ejemplo de esperanza: una perseverante confianza en Dios que se vuelca en el servicio a los demás. Ante el anuncio del Ángel, María responde “fiat!”, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), aceptando confiadamente la voluntad de Dios: ser la madre del Mesías en favor de la redención de todos los hombres. Acto seguido emprende camino para ayudar a su pariente Isabel con los percances de un embarazo sexto mesino (cf. Lc 1, 39). Después, faltando poco tiempo para dar a luz al Niño, tiene que trasladarse de Nazaret a Belén, y se puede deducir que había preparado lo necesario para tener todo listo cuando llegara el momento (cf. Lc 2, 1-7). Éstas son solo algunas escenas que delinean la esperanza de Santa María y que el Adviento nos invita a imitar: una esperanza servicial. La devoción a la Santísima Virgen nos ayuda a mantener una esperanza activa, a decir con ella “fiat!”.
La Liturgia del Adviento
La Liturgia de la Santa Misa en Adviento “nos lleva a celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos recuerda que Él viene todos los días en nuestras vidas, y que regresará gloriosamente al final de los tiempos” (Papa Francisco Ángelus, 1-XII-2019). Las lecturas de este tiempo están orientadas a presenciar los momentos de la historia de la salvación en los que Dios reaviva la esperanza de los que creen en su venida y en los que les llama a permanecer vigilantes y a convertirse. Así, la Liturgia subraya estas ideas a través de los distintos textos de los profetas, de los apóstoles, y de la misma enseñanza de Jesús en los Evangelios.
Considerando los pasajes del Evangelio seleccionados para el Adviento: en el primer domingo se reflexiona sobre la venida del Señor al final de los tiempos y nos llama a estar despiertos y alerta en todo momento, porque no se sabe cuándo será; el segundo y tercer domingo presentan a Juan Bautista como el que anuncia la llegada del Mesías y la necesidad de la conversión para recibirlo; el cuarto domingo se enfoca en una preparación más directa a la primera venida del Señor, y por eso leemos la Anunciación del nacimiento de Jesús a Santa María y a San José.
Fue en el siglo IV cuando la Iglesia empezó a formalizar el Adviento como un tiempo litúrgico distinto (ya venía de antes, pero empieza a fijarse su forma), y no es hasta el siglo VI que se propone para toda la Iglesia. Se inició en Hispania y las Galias como preparación ascética y penitencial para las fiestas de Navidad. En el Concilio de Zaragoza del año 380 se estableció que los fieles debían asistir diariamente a las celebraciones eclesiales desde el 17 de diciembre hasta el 6 de enero. La tónica común de este tiempo era la ascesis, la oración y las reuniones frecuentes. Estas prácticas fueron variando según las distintas iglesias de las Galias, Milán, Hispania e Inglaterra hasta que en el siglo VI se introdujo en la liturgia romana un periodo de Adviento que duraba seis semanas, que luego el Papa san Gregorio Magno redujo a cuatro semanas. El Adviento romano fue adquiriendo mayor significado con el tiempo de modo que, además de preparación para el nacimiento del Señor, es también tiempo de esperanza gozosa de su retorno al final de los tiempos.
En la Liturgia, en la segunda parte del Adviento (del 17 al 24 de diciembre), se hace mención especial a la identidad del niño que va a nacer como el Salvador anunciado y esperado. Se hace con las conocidas como "antífonas de la O" que se utilizan en la Liturgia de las Horas antes del Magníficat y que son opcionales en la Eucaristía antes del Evangelio. Son siete antífonas (originarias del siglo VII) que empiezan con la aclamación "¡Oh!" seguida de un título bíblico aplicado a Jesús, una pequeña alabanza, y termina con una llamada: "¡Ven!" . Por ejemplo "Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!". Los siete títulos que se utilizan son:
- Sapientia
= Sabiduría, Palabra
- Adonai
= Señor poderoso (en hebreo)
- Radix
= Raíz, Renuevo de Jesé (padre de David)
- Clavis
= Llave de David, que abre y cierra
- Oriens
= sol naciente, oriente
- Rex
= Rey
- Emmanuel
= Dios-con-nosotros.
Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de cada título forman el acróstico "ero cras", que significa «seré , estaré o vendré mañana, pronto o ya», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.
Al día siguiente de empezar la segunda parte del Adviento, el 18 de diciembre, se celebra la fiesta de la Virgen de la Esperanza, popularmente conocida la "María de la O", cuya tradición se remonta al siglo VII. En esta fiesta se contempla a la Virgen embarazada, expectante, a la que apenas le queda una semana para dar a luz. Esta fiesta de la “espera del parto” fue establecida para el 18 de diciembre en el Concilio de Toledo (656).
Tradiciones de Adviento
La piedad popular se manifiesta de diversos modos en cada cultura, y en el Adviento los fieles ponen en práctica diversas costumbres que los ayudan a prepararse para meditar los misterios de este tiempo litúrgico.
Una de las costumbres más difundidas es la de la Corona de Adviento: unas ramas de hoja perenne, dispuestas en círculo con cuatro velas, que se van encendiendo progresivamente cada domingo de Adviento. Además, van añadiéndose otras costumbres, como la de añadir frutos del bosque o decoración a la Corona y, sobre todo, poner las velas con los colores de la liturgia (el morado del adviento y el rosa del tercer domingo de este tiempo) u otros colores a los que se da un significado más o menos acertado. En las iglesias se enciende la corona durante la celebración de la Santa Misa, y en las casas se encienden en un momento de oración en familia.
Sin duda la tradición más extendida es la de un belén: representar con figuras el misterio de la Natividad de Jesús. “El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”
(Papa Francisco, «El hermoso signo del pesebre»). Ante estas escenas las familias se reúnen a rezar y cantar villancicos y se convierte en el escenario para otros actos de piedad.
Otras tradiciones preparan los últimos días del Adviento con diversas novenas, como "las Posadas" en México, las "Misas de aguinaldo" en Puerto Rico y Filipinas, la "Novena al Divino Niño" en Ecuador y Colombia, y tantas otras prácticas en distintas culturas. Lo que no falta en el pensamiento de los fieles es el deseo de prepararse a celebrar el nacimiento del Niño Jesús con la mejor disposición posible.